domingo, 8 de febrero de 2009

FCF: Amenaza Inminente (IV)

Hoy no tenía ninguna gana de escribir una entrada, pero ya ayer no lo hice y había que redimirse un poco. Así que me voy a lo fácil: un nuevo fragmento del relato de Física en la Ciencia Ficción, asignatura que ya terminó y que espero que esté aprobada. Demos paso a la cuarta parte del relato, si es que hay alguien que lo esté leyendo :-P.

Amenaza Inminente. Parte IV


Cuando el día del lanzamiento llegó, nadie estaba tan tranquilo como pretendía aparentar. Al fin y al cabo, iban a salvar al mundo o morir en el intento. Tras dejar a los pilotos un día de asuntos propios para hacer lo que tuviesen que hacer antes de partir, era el momento de partir al espacio. Ya se había descubierto lo que el Gobierno de Nueva Baranda pretendía hacer, pero los demás estados no estaban preparados para afrontarlo con tan poco tiempo, por lo que depositaron todas sus esperanzas en los isleños. El hangar desde el que se lanzaría a la Scorpion V estaba repleto de gente: militares, autoridades políticas, técnicos, periodistas, predicadores baratos, curiosos, familiares de los héroes... Y cuando los pilotos llegaron para subirse en la nave, todos los presentes explotaron en vítores, alabanzas y palabras de ánimo. Al fin y al cabo, sus vidas estaban en sus manos. Mientras Brian ascendía por la rampa hacia la Scorpion, creyó ver el rostro de April entre la multitud, pero tan pronto como vino se fue, sin llegar a saber si había sido fruto de su imaginación. Un empujón intencionado bajó a Brian de su ensoñación, y delató que Barry, su enemigo en competición, estaba a su lado. Él no podía soportar estar a las órdenes de Brian y que no fuese al revés.

En el momento de subirse a la lanzadera, se dieron cuenta de que ya no había vuelta atrás. Ya de nada servía tener miedo o sentir cobardía: cada uno tendría que dar lo mejor de sí mismo si querían acabar con el meteoro que amenazaba al planeta. Tomaron asiento, se ajustaron los cascos para respirar y se abrocharon los cinturones de seguridad que les sujetaban en su sitio. Mientras cogían velocidad a lo largo de la pista, Brian empezó a sentir los efectos de la alta aceleración a la que estaba siendo sometido, y notaba cómo se iba atontando un poco y que apenas podía moverse. Casi fue incapaz de sentir cómo las ruedas de la Scorpion se iban despegando del suelo y cómo se inclinaba hacia atrás, claro efecto de que habían emprendido el vuelo. Y es que superar los más de once kilómetros por segundo de velocidad para poder escapar de la Tierra no es fácil, por muchos modernos artilugios y mejorados combustibles que inventase la ciencia hoy en día.

A los pocos minutos, Brian y los demás empezaron a dejar sentir esa pesadez en su cuerpo, estaban más livianos. Supieron entonces que ya estaban fuera de la atmósfera y que orbitaban alrededor de la Tierra, activaron el sistema de oxigenación de la nave y pudieron quitarse los cascos y las ataduras. Mientras el piloto de la Scorpion ajustaba el nuevo rumbo hacia la Parménides, la estación en la que iban a reabastecerse, los doce corredores disfrutaban de la ingravidez. Para Brian y algunos otros no era la primera vez: varios tratamientos médicos, sobre todo traumatológicos, se realizaban en satélites artificiales para obtener mejores resultados; también los universitarios habían ido alguna vez a las estaciones de investigación orbitales para ver ciertos ejemplos físicos que en la Tierra no se podían hacer; y, como no podía ser de otro modo, las familias y empresas más adineradas tenían sus propias lanzaderas habitables para pasar un fin de semana más cerca de las estrellas. Para Brian, esta era la tercera vez que iba al espacio, la primera fue siete años atrás con la Universidad a observar un experimento sobre el aislamiento de los gravitones, mientras que la segunda fue un regalo de la empresa que patrocinaba su hipermotora, hacía poco más de un año. Pero no hacía falta que nadie le dijese que esta vez no iba ni a estudiar ni a disfrutar.

Antes de darse cuenta, habían atracado limpiamente en la Parménides, en donde tenían todo preparado para cargarlos de combustible y provisiones, por lo que a los pocos minutos volvían a estar surcando el espacio. A la velocidad crucero a la que iban, en poco menos de dos horas estarían cerca de su objetivo. Los pilotos intercambiaron unas risas nerviosas entre ellos, intentando alienarse de lo que tenían por delante. Brian, consciente de que pronto tendría a once hombres a su cargo, prefería concentrarse en los datos de la misión, viendo en el monitor de su asiento las características del meteoro, para que su estrategia no fallase ni un ápice. Aunque estaba todo planeado hasta el último detalle y habían sido entrenados a conciencia, nunca se sabía qué podía pasar ahí arriba, había infinitas variables que no se podían controlar desde la base terrestre. Y, más pronto que tarde, les dieron la indicación de que la hora había llegado. Descendieron al nivel inferior, donde estaban las doce Tzar y se subieron a ellas. Tras cerrar herméticamente la estancia y extraer el aire, la compuerta exterior se abrió y los pilotos salieron de la Scorpion, formando los cuatro escuadrones de tres naves mientras se deseaban suerte unos a otros.

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