lunes, 26 de enero de 2009

FCF: Amenaza Inminente (III)

Hace ya más de un mes que no cuelgo ninguna parte del relato de Física en la Ciencia Ficción. No estoy muy seguro de que sea porque no quería o porque creo que a nadie le interesa demasiado xD. Por ahora, y hasta que alguien me convenza de lo contrario, seguiré poniendo aquí los fragmentos. Así pues, y sin más dilación, demos paso a la tercera parte del relato.

Amenaza Inminente. Parte III


– ¿Y qué tenemos que ver nosotros con todo esto, Señor? – preguntó con un hilo de voz, que se acentuó al darse cuenta de que era el centro de atención de todos los presentes –. ¿Por qué está usted aquí contándonoslo sólo a nosotros y no al mundo entero?
– Verá, en primer lugar, no queremos decírselo al mundo entero – pequeñas exclamaciones de sorpresa e indignación recorrieron la sala –. Tenemos el potencial tecnológico suficiente para afrontarlo solos... Y queremos todo el mérito. Eso dispararía nuestra economía, y...
– ¡Pero Señor, eso es una insensatez! – Interrumpió Brian –. ¡Con algo de cooperación internacional tendríamos más oportunidades para destruir el meteoro!
– … Y en segundo lugar – prosiguió Doyle como si nada hubiese pasado –, ustedes, estos dieciséis pilotos, serán quiénes salven al planeta de su inminente destrucción. Sé que lo que les estoy diciendo parece una locura – añadió apresudaramente antes de que nadie más pudiese intervenir – pero son los más capacitados para llevar a cabo esta labor. Y ahora, si son tan amables, acompañen a estos hombres hasta el Cuartel Militar. Por el camino se les explicará los detalles de la misión.

Los pilotos, más confundidos que decididos, empezaron a salir de la estancia tras los hombres de negro. Brian, aún absorto en sus pensamientos, se quedó un poco más rezagado. El Gobernador Broyle le hizo un ademán con la mano para que se acercase.

– Señor Greed, usted comandará esta misión. Me confieso seguidor de este deporte, y es una decisión personal. Creo que usted es el piloto más capacitado para dirigir a estos hombres, y estoy seguro de que no me defraudará.

Acto seguido, Broyle desapareció entre sus corpulentos guardaespaldas, por lo que Brian no tuvo más remedio que seguir a sus compañeros al convoy militar que les escoltaría hasta las instalaciones del Gobierno. Una vez dentro del aerodeslizador, empezándose a creer que todo eso estaba sucediendo, escuchó con atención lo que un aparente alto cargo militar tenía que decir. Al parecer, estarían una semana preparándose para la misión espacial: pruebas de resistencia, evaluaciones psicológicas y demás. Los pilotos de hipermotoras lo tendrían más fácil, estaban acostumbrados a las altas velocidades que alcanzaban en pista y, aunque no fuese lo mismo en el espacio, tendrían menos problemas que los de costumbre. Además, eran unos pilotos muy diestros, por lo que maniobrar no sería demasiado problema para ellos. Brian no llegaba a comprender por qué tenían que ser ellos, los pilotos de segunda categoría, los encargados de salvar el planeta. Qué menos que los astronautas profesionales, o incluso los corredores que estaban por encima de ellos, para hacerlo. Pronto sus dudas fueron disipadas: esa sería la quinta misión que se enviaba, las cuatro anteriores habían fracasado. ¿Entonces por qué el Gobernador Broyle afirmaba que tenían el potencial tecnológico suficiente? ¡Había fallado en cuatro ocasiones! Brian no entendía nada, y un miedo irrefrenable le invadió por todo el cuerpo.

Para cuando la semana terminó, ya habían abandonado cuatro pilotos, no estaban o no se sentían preparados para afrontar tamaño reto. Brian había conseguido sobreponerse al miedo, al fin y al cabo iba a morir en dos semanas y prefería intentar salvar el planeta antes que quedarse sentado a observar su destrucción. La misión consistía en mandar a los doce pilotos restantes en una lanzadera, llamada Scorpion V, hasta una de las instalaciones de investigación militar que orbitaban alrededor de la Tierra, reabastecerse de combustible en ella y partir hacia el meteoro. A una distancia prudencial, la Scorpion V soltaría doce Tzar, unas modernas y pequeñas naves, tripuladas por los doce pilotos, que rodearían estratégicamente al meteoro para disparar contínuamente unas pequeñas bombas llamadas Atila, versiones mejoradas de las desfasadas bombas de hidrógeno, capaces de producir detonaciones de unos 800 megatones. La humanidad ya disponía de bombas más potentes, pero su tamaño era considerablemente mayor, y no se podrían llevar tan fácilmente en las naves Tzar como las bombas Atila. La idea consistía en fragmentar el meteoro en rocas más pequeñas que se desviasen de su trayectoria o no causasen tanto daño al caer en la Tierra, en parte gracias a la atmósfera.

La teoría, como siempre, era mucho más fácil que la práctica. Era muy bonito ver a un comandante del ejército barandés señalar a los distintos hologramas que especificaban las intrucciones de la misión, todo perfectamente calculado, pero nadie tenía duda alguna de que todo iba a ser más complicado. Sobre todo para Brian, que comandaba la misión y tenía que situarse junto a otros dos hombres en la cola del meteoro para bombardearlo desde ahí. Los otros nueve pilotos se repartirían en grupos de tres para menguar al meteoro desde otros ángulos. Tenían tan sólo tres días, o sería demasiado tarde. Y esta quinta misión era la última que se podía mandar.

Enlaces a:
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