miércoles, 24 de diciembre de 2008

FCF: Amenaza Inminente (II)

Por ahora me sigo viendo perezoso para hacer una entrada con fundamento (ayer escribí una y no pude colgarla por problemas con el vídeo, espero que en unos pocos días se solucione y pueda publicarlo), así que os traigo aquí la segunda entrega del relato de Física en la Ciencia Ficción, que el copiar y pegar es muy sencillo xD. Espero que os guste o que al menos seáis capaces de seguir leyéndolo sin aburriros.

Amenaza Inminente. Parte II


Al día siguiente no había tiempo para apenarse: la carrera más importante del campeonato iba a comenzar. Era la penúltima prueba del circuito, la que decidiría qué cuatro corredores pasarían a la última para luchar por ascender a la máxima categoría. Su principal rival a batir no era otro que su mayor enemigo profesional: Barry “el Legendario” Stinson. La confrontación entre ambos pilotos venía de muy atrás, cuando el predominio de Barry se vio amenazado por la fresca destreza de Brian, que siempre estaba a su sombra y amenazaba con arrebatarle el triunfo si cometía el más mínimo error.

La carrera comenzaría en poco tiempo, cuando la ciudad dejara de moverse. Todos estaban acostumbrados ya a esto, pero los visitantes de Nueva Baranda aún miraban maravillados los avances de la tecnología. Observaban cómo para disfrutar de un clima óptimo durante todo el año, la ciudad flotante disponía de un complejo sistema de flotación y locomoción que permitía a la isla artificial sobre la que se situaba, de más de cuatro kilómetros cuadrados de superficie, moverse libremente a lo largo y ancho del océano. Cuando los turistas preguntaban por los suministros de la ciudad, les decían que no había problemas de abastecimiento de comida o agua: los modernos invernaderos y las plantas desalinizadoras se encargaban de todo. Así es como Nueva Baranda y las otras cuatro ciudades flotantes del planeta no pertenecían a ningún país, si no que cada una formaba su propia ciudad-estado. En ocasiones surgía algún conflicto de fronteras, ya fuese bajo la superficie, sobre ella o en el
muy transitado espacio aéreo, pero siempre se solucionaban con un par de firmas bajo membretes oficiales.

En la sala en la que todos los pilotos de hipermotoras esperaban para salir a la pista se podía palpar la tensión. Unos más que otros, nadie se libraba de los nervios previos a la carrera. Miradas desafiantes se cruzaban entre los favoritos a clasificarse, y entre Brian y Barry casi volaban los cuchillos. Fuera rugía el clamor de los aficionados en las gradas, si bien era un deporte con poco seguimiento mundial, y menos aún en la segunda categoría, sabían cómo hacerse oír.

Cuando faltaban pocos minutos para dar el salto a las posiciones de salida, las puertas de la amplia sala se abrieron para dar paso a una avalancha de hombres trajeados, gafas de sol negras y caras de tener pocos amigos. Brian y todos los demás sabían que se trataban de los hombres del Gobierno, encargados de velar por la seguridad del país y de sus políticos. Los pilotos, extrañados, intentaron mirar entre las cabezas de corte de pelo militar para ver si descubrían a quién estaban escoltando. Pronto se pudo ver el poblado bigote del Gobernador Doyle, la máxima autoridad política y militar de la ciudad-estado. No solía dejarse ver fuera de su despacho, en la cúpula del edificio más alto e imponente de Nueva Baranda, por lo que sólo el hecho de verle intrigó a todos los presentes. Su simple presencia presagiaba una auténtica catástrofe. Para cuando el Gobernador Doyle empezó a hablar, no hizo falta pedir silencio, nadie se quería perder lo que iba a decir.

– Amigos, estoy aquí presente para implorarles su ayuda. El mundo entero está en peligro, y sólo ustedes pueden salvarlo. – Matthew Doyle siempre se había caracterizado por sus nulos rodeos a la hora de decir las cosas.
– Pero – dijo una voz por encima de los demás murmullos–, ¿cómo?
– Recientemente, nuestro observador espacial orbital ha detectado un gigantesco meteoro que se dirige a la Tierra a gran velocidad. Por lo que sabemos hasta ahora, ninguna otra nación ha notificado el hallazgo, y no llegamos a entender por qué sólo nosotros lo hemos hecho, y tan tarde. En tres semanas impactará contra nuestro planeta, y la raza humana, además de la mayoría de los animales y plantas, se extinguirá, a no ser que hagamos algo para evitarlo. Tampoco será posible refugiarnos en el interior o el exterior de la Tierra, la superficie terrestre será inhabitable durante siglos y no disponemos de la tecnología necesaria para sobrevivir esperando tanto tiempo. Así que vamos a destruirlo.

Algo se empezó a agitar nerviosamente en el interior de Brian: era su corazón. No podía imaginar que todo fuese a acabar tan de repente, que en poco más de tres semanas ya no quedaría nada vivo sobre la tierra. Por los murmullos a su alrededor, pudo entender que los otros quince pilotos no estaban precisamente tranquilos. Pero algo no encajaba en toda esta historia, y eran ellos.

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